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Me casé.

Recuerdo que estaba un poco incómodo. Malhumorado quizá porque sabía que se me hacía tarde y no me gusta llegar tarde a ningún lado.

Estacioné la camioneta en nuestro lugar de estacionamiento, y esa carcacha que tienes desde quién sabe cuando se tuvo que quedar en uno de los lugares no tan privilegiados de la calle.

 

Los invitados ya estaban ahí, sentados esperando que los protagonistas del evento aparecieran. Debo aceptar que me sorprendió que nos casáramos en casa, pero ese jardín con facha de anfiteatro dibujaba la atmosfera perfecta para una velada tranquila e íntima.

 

Me apresuré para arreglarme y tener listo el móvil que me pediste que colgara frente a los invitados. No entendía mucho esa petición tan hippie que me hiciste, pero lo coloqué afuera del balcón de nuestra recamara, donde todos los invitados pudieran verlo. Casi de inmediato el viento sopló y el choque de las maderas de colores se empezaron a sincronizar con el móvil que tú habías hecho y que sostenían tus padres en la primera fila de la ceremonia. En ese momento me hizo todo el sentido del mundo, había armonía entre lo que tú habías construido y lo que yo había construido.

 

Por fin terminé de arreglarme, y decidí esperarte en la escalera de la casa a que bajaras.

Quise hacerte una broma y me puse una gorra roja, como esas que promueve Trump para decir Make American Great Again. Esperaba que me vieras y me dijeras “Ni creas que vas a salir así”.

 

Te grité “Amor, ya estoy listo.” A diferencia de otras bodas nosotros habíamos decidido entrar a la ceremonia juntos, sin damas, ni pajes, ni nada de esas cosas, solo tú y yo.

 

Entonces saliste de la recamara y te vi, estabas a contraluz. Te veías hermosa, un vestido perfecto, una sonrisa perfecta y unos caireles perfectos que decidiste sabotear al ponerte la gorra de mi equipo y decirme “Yo también ya estoy lista”.

 

Ese gesto me conmovió, podía sentir como se me aguaban los ojos. No porque sea tan fanático como para ver a mi equipo en mi boda, sino porque supe que me conocías muy bien, sabías la reacción que iba a tener al verte salir con una gorra de los Falcons, supiste como neutralizar mi broma y crear un mini momento para nosotros. No tuvimos que decir nada para estar de acuerdo que los dos íbamos a salir con gorra, a ese grado de complicidad llegamos.

 

Salimos de casa tomados de la mano en dirección al altar, y aún entre sonriendo y conmovidos por nuestra conexión, me abrazaste por la espalda, pretendiendo que te llevara cargando de caballito y te dije “Quiero que esto sea para siempre” y recuerdo que con mucha seguridad y amor me dijiste al oído “claro que va a ser para siempre.”  De pronto te dio un lapsus y me preguntaste “Por cierto, ¿dónde estacionaste mi coche?”

 

No te conozco, y honestamente no sé si algún día te conoceré.

Pero te juro que si algún día llegas y podemos sentir lo que sentimos en ese sueño, trabajaré todos los días para que lo nuestro sea para siempre; casi como esa carcacha que decides manejar.

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